miércoles, 22 de abril de 2015

Cero Varo

¿Por qué nada en la vida es gratis según la economía?

Desde cantar en la regadera hasta mirar un atardecer, son placeres que parecen demostrar que lo mejor de la vida es gratis.

Algunos románticos agregarán el acto de dar un beso, y los más optimistas defenderán un simple paseo en el parque.

Sin embargo, para bien o para mal la ciencia económica nos aterriza en otra realidad que de hecho es parte de su objeto de estudio: la escasez. Porque en un planeta con recursos limitados ¿qué producimos y cómo los consumimos?

Ante esa imposibilidad de tenerlo todo, lo único que nos queda es hacer elecciones. Lo interesante es que la economía no solamente enfoca esa preocupación en el dinero, sino en prácticamente cualquier actividad del ser humano.

Si un día por la mañana no tienes ánimos de ir al trabajo, tienes de dos sopas: hacer el esfuerzo por levantarte o de plano tomarte el día. Pero sea cual sea tu decisión, implicará un costo: que te pierdas de un reconfortante día libre... o que tu jefe te despida por irresponsable. Ese costo tiene un nombre: es el costo de oportunidad.

Ese principio económico aplica hasta en el primer ejemplo de pasear en el parque pues ¿qué hubieras hecho de no haber tomado ese paseo? ¿convivir con la familia en casa? ¿terminar esa tarea pendiente? El "hubiera" no existe, y esa sencilla pero lapidante verdad ha sido estudiada, curiosamente, por los economistas.

Fue el austriaco Friedrich Von Wieser quien cuestionó en 1914 el concepto técnico y aburrido de "costo" que defendían entonces sus colegas ingleses. El término "costo de oportunidad" iba más lejos que definir un simple gasto de producción.

Paul Samuelson, Nobel de Economía en 1970, reflexionó en sus investigaciones sobre recursos escasos y alternativas. Imaginó a un gobierno que debía elegir entre fabricar cañones o mantequilla. En ese ejemplo (típico ya en clases universitarias) la guerra o la paz definía la decisión, pero de cualquiera manera algo se perdía.

De hecho, hoy en día las personas acostumbran tomar decisiones pensando en lo que ganarán pero no en lo que perderán. Así optan por estudiar una carrera, por casarse, por contratar un crédito. Esfuerzo, mayor responsabilidad o deudas, las pasan por alto. No ven pues ese costo de oportunidad y cuando hay que pagarlo ya no les gusta.

Michael Parkin, académico en universidades de Canadá e Inglaterra, explica en su libro básico de Microeconomía que "podemos considerar nuestras elecciones como intercambios" lo que "implica renunciar a una cosa para obtener otra". Es decir que "toda elección implica un costo" y por ello resulta ser que, por desgracia, no todo en esta vida es gratis.

Píldora roja o píldora azul

Pero entonces ¿cómo tomar una mejor decisión si de todas formas desperdiciamos algo? La respuesta es que las personas también toman decisiones al margen, esto es, seleccionar una en la que ganemos pero en la que también no perdamos tanto. En pocas palabras, acercarse al mejor equilibrio entre costo y beneficio.

En la película Matrix, el protagonista Neo debe elegir entre una píldora roja para aceptar la realidad apocalíptica y una píldora azul para mejor vivir engañado. En ambos casos perdía, pero probablemente el costo-beneficio de renunciar a su vida anterior para apoyar a Morfeo le resultó mas conveniente para sus convicciones.

"Cuando evaluamos los beneficios y costos marginales, y elegimos sólo aquellas acciones que ofrecen más beneficios que costos, estamos empleando nuestros escasos recursos de la manera más ventajosa posible", describe Michael Parkin.

Por ello, sacrificar el gasto para esperar las ganancias de alguna inversión vale la pena. O bien tramitar una tarjeta de crédito, pero conscientes de que después la tendremos que pagar con intereses, es una decisión mucho mejor pensada.

"El costo de oportunidad de contar con más bienes y servicios en el futuro es consumir menos en la actualidad", nos recuerda la obra de Parkin.

Bajo esa premisa, han surgido incluso nuevas corrientes de pensamiento como la economía sustentable, que advierte que los recursos naturales no son infinitos y por ello debemos asumir el costo de oportunidad de consumir menos, si es que no queremos comprometer las necesidades de las generaciones venideras.

Y por cierto, en estos tiempos electorales ¿cómo piensan tomar sus decisiones nuestros candidatos? En sus campañas vociferan muchas promesas pero sin revelarnos a cambio de qué. ¿Que tanto toman en cuenta nuestros gobernantes el principio básico de costo de oportunidad al aplicar alguna política económica?

Aumentar el gasto en seguridad, programas sociales o en cualquier otro rubro -así parezca lo más sensato- forzosamente disminuye el gasto para otros sectores. Bajar impuestos suena bien de inicio pero ¿cómo se compensa ese hueco? O tal vez mayor infraestructura ¿es el costo de oportunidad para un mejor comercio?

Todas esas preguntas deben resolverse de manera responsable y el razonamiento del costo de oportunidad ayuda mucho. ¿Cómo gastar el presupuesto?, ¿qué tanto producir?, ¿por quién votar?, ¿qué proponer? Ya sean políticos, empresarios o cualquiera de nosotros, viviremos tomando decisiones hasta el día de nuestra muerte.

Es pues, una buena lección de economía justo para "economizar" no necesariamente dinero, sino talento, tiempo, experiencia y demás recursos que no son para siempre, aun cuando parezca que la vida nos la ha ofrecido así, de a gratis.

- Este post también fue publicado en EL UNIVERSAL.
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martes, 14 de abril de 2015

Cero Varo

¿Invertir en la Bolsa?... no necesitas ser rico ni experto

Para muchos mexicanos, la Bolsa de Valores es algo demasiado sofisticado, peligroso, sólo para especialistas o de plano para millonarios. Para ahorrar preferimos la banca, donde sentimos nuestro dinero más seguro.

Según datos de 2011, existe en el sistema financiero del país un 51% de participación de la banca comercial contra un pobre 4.2% de casas de bolsa y otro 11.3% de fondos de inversión. Nada que ver con el más de 60% de personas en Estados Unidos que acostumbran invertir en acciones o en deuda.

Tal cual, no estamos familiarizados con nuestra Bolsa Mexicana de Valores (BMV). Sobre ella nos hablan en los noticiarios y periódicos, pero no todos entendemos de qué van esos numeritos parpadeantes que constantemente suben y bajan.

Por supuesto no es malo guardar la lana en el banco, son prácticos y los cajeros nos facilitan la vida, pero ¿por qué no nos animamos a probar otra estrategia? Las típicas cuentas de ahorro no llegan a superar el 3% de rendimiento, mientras que la deuda corporativa rasga el 5% y las acciones pueden alcanzar el 13% o más al año.

Para empezar ¿qué es la Bolsa? No es más que el árbitro del juego donde se cambian valores: ese lugar al que van las empresas para obtener financiamiento, algo así como si acudieran al banco, pero en lugar de créditos buscan el dinero de los inversionistas, dispuestos a apostar por esa empresa.

El inversionista puede ser cualquiera de nosotros. Creemos en el proyecto del empresario y por eso le compramos un pedazo de la empresa -las famosas acciones- a cambio de que nos regrese dividendos si le fue bien, aunque si la va mal, a nosotros también nos va mal y sufrimos pérdidas.

Imaginemos que la dueña de Maseca abre una nueva planta y con ella logra producir más tortillas: pues esas ganancias las reparte entre sus accionistas. Por el contrario, si algún temporal destruyó sus cosechas de maíz registrará entonces pérdidas, tanto para el fabricante como para quienes invirtieron.
En la Bolsa cotizan compañías de todos colores y sabores: farmacias, embotelladoras, universidades, aseguradoras, cerveceras, aerolíneas, televisoras... o cualquier empresa no precisamente grande que quiera listarse, siempre y cuando mantenga sus estados financieros en orden.

De todas ellas se toman las 35 más importantes para darnos una idea de cómo van las demás en una jornada de la Bolsa, una especie de termómetro que nos dice si en el día hay ganancias o pérdidas. Es el mentado Índice de Precios y Cotizaciones (IPC) y de hecho todos los países tienen el suyo, como el FTSE de Inglaterra, el Nikkei de Japón, el Bovespa de Brasil o el Dow Jones de los Estados Unidos.

Así de simples son esos conceptos que a muchos les parecen lejanos, pero para quienes quieren involucrarse más allá con su dinero ¿por dónde empezar? La vía más sencilla son los fondos de inversión.

Una "vaquita" entre pequeños inversionistas
 
La forma más directa de entrar a la Bolsa es a través de una casa de bolsa, un intermediario bursátil donde eliges las acciones que mejor te parezcan, aunque en algunos debes desembolsar al menos... un millón pesos.



¡Pero espera!... obviamente semejante capital supera las posibilidades de cualquiera de nosotros, pero justo para resolver ese problema es que existen algunas facilidades tal como son las sociedades de inversión, donde reúnen el dinero de varios ahorradores para comprar en conjunto un instrumento de inversión.

Y es que la unión hace la fuerza, porque hace posible comprar títulos que en solitario no podríamos, con la ventaja de entrar con montos que arrancan desde los mil pesos, aunque una que otra puede pedir 5 mil o hasta 10 mil.

Estas entidades deben estar reguladas por Comisión Bancaria y de Valores (CNBV) y llegan a cobran comisiones, tipo 30 pesos mensuales. La ventaja es que no te dejan solo, ya que un asesor pregunta por tus objetivos de ahorro y con ese perfil te sugiere un "portafolio" para que coloques los instrumentos de chile, mole y pozole que mejor te convengan.

La idea de ese "portafolio" es justo diversificar instrumentos, porque si en alguno de ellos pierdes, tienes otros en donde ganas. Existen de todo tipo, ya sean bonos, notas estructuradas, acciones, certificados, en fin... pero para fines prácticos podemos dividirlos en dos: renta variable y deuda.
Como su nombre lo dice, en la renta variable puedes ganar mucho... o perder mucho. Es la opción para valientes, casi un volado, pero la recompensa es alta porque, como ya mencionamos, inviertes en acciones y otros títulos de capital que dependen del éxito o fracaso de una empresa.

En contraste, en los instrumentos de deuda la inversión es más segura porque -también como su nombre lo dice- le "prestas" a una compañía que tiene la obligación de pagarte le vaya como le vaya, es decir, tiene una "deuda" contigo aunque por ese bajo riesgo tu ganancia es menor.

Por cierto que los típicos emisores de deuda son los gobiernos, que así como las empresas igualmente participan en el mercado financiero. Aquí entran por ejemplo los mentados Cetes (Certificados de la Tesorería) con los que recibes un "interés" por haberle "prestado" lana al gobierno federal.
Así pues, entre mejor diversificado organices tu "portafolio" mejor será el balance entre seguridad y buenos premios.

De hecho, lo ideal es igualmente diversificar todo tu ahorro y no guardarlo sólo en bancos, pero tampoco sólo en fondos de inversión. Este post es para principiantes y el mejor consejo es que, si te animas a probar en Bolsa, conserves siempre dinero disponible para cualquier emergencia o gastos inesperados.

¿Dónde encontrar o comparar fondos de inversión? Puedes revisar con calma el buscador de la CNBV.

Por supuesto existen otras maneras de llegarle a la BMV, pero de ellas hablaremos en próximas oportunidades. Para mayor información consulta la guía de la Condusef o las preguntas frecuentes de la CNBV.

* Foto del interior de la Bolsa Mexicana, de Juan Boites.

* Esta entrada también se publicó en EL UNIVERSAL
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